El alma
El alma, cuántas veces se rompe
en aflicciones, en retozos de nostalgias,
se desmorona, el dolor la parte
a golpes de sufrimiento, de palabras
en combate o entrelazadas en un nudo
de silencio que en continuidad la abraza.
Y se vacía y es humo ciertamente
si hace del amor fuego y bocanada,
al huir como un misterio de repente,
al repetir el abandono, otra partida rutinaria,
mientras deja la vida al frente,
en lo profundo de un hoy que intenta
un hasta siempre con las cosas del ayer;
vivos autores del principio en marcha.
El alma se quiebra como cristal ficticio
o como pedazos blancos de un invierno,
incapaces de adquirir colores
si lo que la hace inmortal le falta.
Parece detenerse o el alma va y viene
cuando el cuerpo siembra sus heridas
en las entrañas y florecen sobre el gris
con su rojo intenso, redobladas,
bajo las prendas hiriendo el pecho
con espinas que exigen lágrimas.
Indefectible el tacto dolorido
que arrastra su habitual fragancia,
con la conocida iniciativa que tropieza
en el final que alcanza el perfil
sombreado de la misma muerte,
cuando parece que marchita el alma.