La imagen del espejo
Allí te veo imagen mía en el espejo,
tan yo misma y tan otra al mismo tiempo,
erguida, quién diría que eres mi reflejo
si el muro de mi fuerza
no resiste y tambaleo.
Desde afuera contemplo
sin remedio tu fachada,
tu espuria sonrisa en la cuita de mis labios;
sedosa curva que sabe abrirse
en la sima de mi boca,
aunque esta silueta desde adentro resbale en llanto.
Y cuánta superficie de cristal hacia la vista,
proyectando gestos de intangible lozanía,
allí tu piel acentuando las caricias de los años,
esta, soterrando en adornos los envites de la vida.
Y tu mirada abocando aún el viso de la aurora,
la mía, al fondo arrastrando lluvias
grises que avecinan,
las que empaparán a este cuerpo
de perfiles ya nublados,
aunque el mimo de la luz arrime cada día.
Más somos tan iguales y tan distintas
que pudieras ser verdad y yo mentira,
pues cuánta mascarada habrá en lo cierto
que hasta yo misma sin pensar, creería
que no cargas este todo de mí que va muriendo
en el diario de un reloj que sabe mis heridas;
huellas de tarquín que el alma
remarca por doquiera,
mas ni un rastro de su dolor desnudo
en el paisaje que suspendes y contrastas
con la devastadora tormenta de mis venas,
la que suele desahogarse
al exterior muy a menudo,
aunque tú, imagen mía,
en el espejo evapores su marea.